La autoestima: como querernos y respetarnos
La autoestima es el sentimiento valorativo del ser, de la propia manera de ser, de quién es cada uno, del conjunto de las características corporales, mentales y espirituales que configuran la personalidad, por medio de la cual las personas manifiestan sus sentimientos de diferentes formas.
Muchas veces estas manifestaciones dependen de otros factores. Según el lugar físico, sentimental y emocional, estos pueden influir de manera positiva o negativa en la formación de la persona y en su autoestima, muy importante para el desarrollo y la constitución de una buena vida. La alta autoestima potenciará la capacidad del individuo para desarrollar sus habilidades y su seguridad personal, mientras que la baja autoestima dirigirá a la persona hacia la derrota y el fracaso.
La autoestima es fundamental para determinar y moldear la vida de las personas, ya que es la forma percibirse y de valorarse. Obviamente todo el mundo tiene en su interior sentimientos no resueltos, aunque uno no siempre sea consciente de estos. Los sentimientos ocultos de dolor suelen convertirse en enojo, y con el tiempo volvemos el enojo contra nosotros mismos, dando así lugar a la depresión. Estos sentimientos pueden asumir muchas formas: el odio a sí mismo, los ataques de ansiedad, los repentinos cambios de humor, las culpas, las reacciones exageradas, la hipersensibilidad, el encontrar el lado negativo en situaciones positivas o el sentirse impotente y autodestructivo.
Todo ello puede derivar en enfermedades psicológicas, la depresión, las neurosis y situaciones de dolor, como ser, la timidez, la vergüenza, los temores, los trastornos psicosomáticos.
El ambiente familiar en el que se está inmerso y los estímulos que él nos brinda son trascendentales para la construcción o reconstrucción de la autoestima.
Muchas de las heridas emocionales que se arrastran desde la niñez pueden causar trastornos psicológicos emocionales y físicos en la vida adulta (por ejemplo, cáncer, úlceras, hipertensión, trastornos cardíacos y alimentarios, problemas en la piel, depresiones, entre otros), generando problemas, como ser conflictos serios en el trabajo, disminución de la energía y de la capacidad creativa, relaciones matrimoniales desastrosas, no poder hacer o conservar amigos, poco entendimiento con las hijas e hijos.
La conducta, la manera de juzgarse a sí mismo y de relacionarse con los demás dependerá de cómo se hayan comunicado nuestros padres con nosotros: esas voces quedan resonando dentro de nosotros toda la vida, por lo que hay que aprender a reconocerlas y a anular su poder para que no nos sigan haciendo sufrir, para liberarnos de esos mandatos distorsionados y para no repetírselos a nuestros hijos e hijas.
La persona que sufre de baja autoestima debe concientizarse del problema que tiene para poder enfrentarlo, y luego se la podrá ayudar llevándola a un especialista y apoyándola durante el tratamiento de recuperación. Generalmente nadie ayuda a nadie, es decir, las personas aprenden a ayudarse a sí mismas, con el apoyo de los demás.
Muchas veces estas manifestaciones dependen de otros factores. Según el lugar físico, sentimental y emocional, estos pueden influir de manera positiva o negativa en la formación de la persona y en su autoestima, muy importante para el desarrollo y la constitución de una buena vida. La alta autoestima potenciará la capacidad del individuo para desarrollar sus habilidades y su seguridad personal, mientras que la baja autoestima dirigirá a la persona hacia la derrota y el fracaso.
La autoestima es fundamental para determinar y moldear la vida de las personas, ya que es la forma percibirse y de valorarse. Obviamente todo el mundo tiene en su interior sentimientos no resueltos, aunque uno no siempre sea consciente de estos. Los sentimientos ocultos de dolor suelen convertirse en enojo, y con el tiempo volvemos el enojo contra nosotros mismos, dando así lugar a la depresión. Estos sentimientos pueden asumir muchas formas: el odio a sí mismo, los ataques de ansiedad, los repentinos cambios de humor, las culpas, las reacciones exageradas, la hipersensibilidad, el encontrar el lado negativo en situaciones positivas o el sentirse impotente y autodestructivo.
Todo ello puede derivar en enfermedades psicológicas, la depresión, las neurosis y situaciones de dolor, como ser, la timidez, la vergüenza, los temores, los trastornos psicosomáticos.
El ambiente familiar en el que se está inmerso y los estímulos que él nos brinda son trascendentales para la construcción o reconstrucción de la autoestima.
Muchas de las heridas emocionales que se arrastran desde la niñez pueden causar trastornos psicológicos emocionales y físicos en la vida adulta (por ejemplo, cáncer, úlceras, hipertensión, trastornos cardíacos y alimentarios, problemas en la piel, depresiones, entre otros), generando problemas, como ser conflictos serios en el trabajo, disminución de la energía y de la capacidad creativa, relaciones matrimoniales desastrosas, no poder hacer o conservar amigos, poco entendimiento con las hijas e hijos.
La conducta, la manera de juzgarse a sí mismo y de relacionarse con los demás dependerá de cómo se hayan comunicado nuestros padres con nosotros: esas voces quedan resonando dentro de nosotros toda la vida, por lo que hay que aprender a reconocerlas y a anular su poder para que no nos sigan haciendo sufrir, para liberarnos de esos mandatos distorsionados y para no repetírselos a nuestros hijos e hijas.
La persona que sufre de baja autoestima debe concientizarse del problema que tiene para poder enfrentarlo, y luego se la podrá ayudar llevándola a un especialista y apoyándola durante el tratamiento de recuperación. Generalmente nadie ayuda a nadie, es decir, las personas aprenden a ayudarse a sí mismas, con el apoyo de los demás.